Capital económica del imperio español en pleno siglo de Oro, Cervantes aquí vivió en distintos momentos de su vida.
Con todo esto, a la entrada de la ciudad, que fue a la oración, y por la puerta de la Aduana…
Rinconete y Cortadillo, 1613
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Para recordar la presencia de Miguel de Cervantes en Sevilla, en los lugares donde se desarollaron su vida y algunas de su obras se colocaron, en 1916 (tercer centenario de su muerte), unos cuadros conmemorativos de azulejería. Desde “El Noticiero Sevillano” del 11 de enero de 1916:
EL CENTENARIO DE CERVANTES
Presidida por el Gobernador, se reunió esta mañana en su despacho la Junta Provincial organizadora de los festejos que se han de celebrar en honor del príncipe de los ingenios españoles con motivo del tercer centenario de su muerte, concurriendo los señores…., se acordó: Instalar veinte lápidas en los lugares de esta ciudad mencionados por Cervantes en sus entremeses, las que (sic) llevarán inscripciones redactadas por el secretario de la Junta, señor Montoto, al que se concedió por unanimidad un voto de gracias por su meritísima labor. Finalmente, los señores Hoyuela y Candau pronunciaron breves discursos ofreciéndose a los reunidos para cooperar a los fines de la misma, contestándoles el gobernador, que agradeció a nombre de la Junta sus ofrecimientos.
Arquillo del Ayuntamiento de Sevilla
Miguel de Cervantes menciona esta plaza, llamada un tiempo de «San Francisco» en las novelas ejemplares Rinconete y Cortadillo y Coloquio de los Perros.
Calle Sierpes
La calle de la Sierpe está citada repetidas veces en la obra de Cervantes, y en ella la Cárcel Real y la casa de Pierres Papin.
Patio de los Naranjos (Catedral de Sevilla)
Miguel de Cervantes escribió el famoso soneto que principia: «Vive Dios, que me espanta esta grandeza», con ocasión del túmulo levantado en esta Sta. Iglesia Catedral para las honras de S.M.C. El Rey D. Felipe II.
Puerta del Perdón (Catedral de Sevilla, calle Alemanes)
Las gradas de esta Puerta están mencionadas como lugar un tiempo de contratación, en la novela Rinconete y Cortadillo.
Plaza Virgen de los Reyes
El «Corral de los Olmos, do está la Jaracandina», sito en esta plaza, está citado en la comedia El Rufián Dichoso.
Avenida de la Constitución
Miguel de Cervantes alojó un tiempo aquí, en la que fue posada de su amigo Tomás Gutiérrez.
Calle Joaquín Guichot, 7
Esta calle era llamada un tiempo de «Tintores», y Cervantes la cita en la novela ejemplar Rinconete y Cortadillo.
Calle Adriano, 23
Miguel de Cervantes menciona este lugar «donde un tiempo se hacía malbaratillo» en la novela ejemplar Rinconete y Cortadillo.
Calle Núñez de Balboa, 5
Esta puerta, llamada un tiempo de «la Aduana» ya antes de los «Azacanes», está mencionada cuando por ella entraron en Sevilla los personajes de Rinconete y Cortadillo.
Calle Miguel de Mañara
Miguel de Cervantes menciona «el Postigo del Alcázar», que estuvo en lugar próximo a éste, en la novela ejemplar Rinconete y Cortadillo.
Plaza Jesús de la Pasión (Plaza del Pan)
Miguel de Cervantes imaginó aquí uno de los más donosos episodios de la novela ejemplar Rinconete y Cortadillo. Esta plaza era llamada un tiempo de «San Salvador», luego «de la Fruta» y «del Pan».
Cuesta del Rosario, 12
Esta calle, llamada un tiempo de «la Costanilla», era «una de las tres cosas que el Rey tenía por ganar en Sevilla» en la novela ejemplar El coloquio de los Perros.
Calle Huelva
Miguel de Cervantes menciona esta calle, nombrada un tiempo de la Caza, antes de la Gallinería como una de las tres cosas que el Rey tenía por ganar en Sevilla, en la novela ejemplar El coloquio de los Perros.
Plaza de la Alfalfa
Miguel de Cervantes Saavedra menciona esta Plaza, llamada un tiempo «de la Carnicería», en la novela ejemplar Rinconete y Cortadillo.
Calle Laraña (Iglesia de la Anunciación)
El «estudio de la Compañía de Jesús», establecido en estas casas y hoy Universidad Literaria, estaá mencionado en la novela ejemplar El coloquio de los Perros.
Calle Troya, esquina con calle Betis
La Calle Troya era llamada un tiempo «De la Cruz», y Miguel de Cervantes imaginó aquí la «Casa de Monipodio» de la novela ejemplar Rinconete y Cortadillo.
Calle Santa Paula
Miguel de Cervantes que en esta casa vivieron Isabela y sus padres, personajes de la novela ejemplar La Española Inglesa.
Avenida de Menéndez Pelayo
Miguel de Cervantes menciona el «Matadero», próximo a este lugar, como «una de las tres cosas que el Rey tenía por ganar en Sevilla«, imaginando, como ocurridos en él, peregrinos episodios de la novela El coloquio de los Perros.
Calle Porta Celi, Antigua Huerta Del Rey Moro
En el «campo de la Huerta del Rey» Miguel de Cervantes ambientó unos episodios de la novela ejemplar Rinconete y Cortadillo.
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Obras de Cervantes en las que aparece Sevilla
Estaban acaso a la puerta dos mujeres mozas, destas que llaman del partido, las cuales iban a Sevilla con unos arrieros que en la venta aquella noche acertaron a hacer jornada … (Quijote I, 2)
… y que él, ansimesmo, en los años de su mocedad, se había dado a aquel honroso ejercicio, andando por diversas partes del mundo buscando sus aventuras, sin que hubiese dejado los Percheles de Málaga, Islas de Riarán, Compás de Sevilla, Azoguejo de Segovia, la Olivera de Valencia, Rondilla de Granada, Playa de Sanlúcar, Potro de Córdoba y las Ventillas de Toledo y otras diversas partes … (Quijote I, 8)
Detrás dellos venía un coche, con cuatro o cinco de a caballo que le acompañaban y dos mozos de mulas a pie. Venía en el coche, como después se supo, una señora vizcaína, que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a las Indias con un muy honroso cargo. (Quijote I, 3)
Lo mesmo hicieron Vivaldo y su compañero, y don Quijote se despidió de sus huéspedes y de los caminantes, los cuales le rogaron se viniese con ellos a Sevilla, por ser lugar tan acomodado a hallar aventuras, que en cada calle y tras cada esquina se ofrecen más que en otro alguno. Don Quijote les agradeció el aviso y el ánimo que mostraban de hacerle merced, y dijo que por entonces no quería ni debía ir a Sevilla, hasta que hubiese despojado todas aquellas sierras de ladrones malandrines, de quien era fama que todas estaban llenas. (Quijote I, 14)
Quiso la mala suerte del desdichado Sancho que, entre la gente que estaba en la venta, se hallasen cuatro perailes de Segovia, tres agujeros del Potro de Córdoba y dos vecinos de la Heria de Sevilla, gente alegre, bien intencionada, maleante y juguetona … (Quijote I, 17)
— A eso yo responderé con brevedad —respondió el cura—, porque sabrá vuestra merced, señor don Quijote, que yo y maese Nicolás, nuestro amigo y nuestro barbero, íbamos a Sevilla a cobrar cierto dinero que un pariente mío que ha muchos años que pasó a Indias me había enviado … (Quijote I, 29)
— No me creo desos juramentos —dijo Andrés—; más quisiera tener agora con qué llegar a Sevilla que todas las venganzas del mundo … (Quijote I, 31)
Prometímosselo, y, abrazándonos y echándonos su bendición, el uno tomó el viaje de Salamanca, el otro de Sevilla y yo el de Alicante, adonde tuve nuevas que había una nave ginovesa que cargaba allí lana para Génova. (Quijote I, 39)
Allí concertaron que el capitán y Zoraida se volviesen con su hermano a Sevilla y avisasen a su padre de su hallazgo y libertad, para que, como pudiese, viniese a hallarse en las bodas y bautismo de Zoraida, por no le ser al oidor posible dejar el camino que llevaba, a causa de tener nuevas que de allí a un mes partía la flota de Sevilla a la Nueva España, y fuérale de grande incomodidad perder el viaje. (Quijote I, 47)
… un don Manuel de León, Sevilla, cuya leción de sus valerosos hechos puede entretener, enseñar, deleitar y admirar a los más altos ingenios que los leyeren. (Quijote II, Prólogo)
— Suplico a vuestras mercedes que se me dé licencia para contar un cuento breve que sucedió en Sevilla, que, por venir aquí como de molde, me da gana de contarle. (Quijote II, 1)
— «En la casa de los locos de Sevilla estaba un hombre a quien sus parientes habían puesto allí por falto de juicio. (Quijote II, 1)
¿Vos bueno? —dijo el loco—: agora bien, ello dirá; andad con Dios, pero yo os voto a Júpiter, cuya majestad yo represento en la tierra, que por solo este pecado que hoy comete Sevilla, en sacaros desta casa y en teneros por cuerdo, tengo de hacer un tal castigo en ella, que quede memoria dél por todos los siglos del los siglos, amén. (Quijote II, 1)
Una vez me mandó que fuese a desafiar a aquella famosa giganta de Sevilla llamada la Giralda, que es tan valiente y fuerte como hecha de bronce, y, sin mudarse de un lugar, es la más movible y voltaria mujer del mundo. (Quijote II, 14)
Otro libro tengo también, a quien he de llamar Metamorfóseos, o Ovidio español, de invención nueva y rara; porque en él, imitando a Ovidio a lo burlesco, pinto quién fue la Giralda de Sevilla y el Ángel de la Madalena, quién el Caño de Vecinguerra, de Córdoba, quiénes los Toros de Guisando, la Sierra Morena, las fuentes de Leganitos y Lavapiés, en Madrid, no olvidándome de la del Piojo, de la del Caño Dorado y de la Priora … (Quijote II, 22)
— Debía de ser —dijo a este punto Sancho— el tal puñal de Ramón de Hoces, el sevillano. (Quijote II, 23)
Seas tenido por falso
desde Sevilla a Marchena,
desde Granada hasta Loja,
de Londres a Inglaterra.
(Quijote II, 57)
A esta sazón, pasaron acaso por el camino una tropa de caminantes a caballo, que iban a sestear a la venta del Alcalde, que está media legua más adelante, los cuales, viendo la pendencia del arriero con los dos muchachos, los apaciguaron y les dijeron que si acaso iban a Sevilla, que se viniesen con ellos.
En esto, Cortado y Rincón se dieron tan buena maña en servir a los caminantes, que lo más del camino los llevaban a las ancas; y, aunque se les ofrecían algunas ocasiones de tentar las valijas de sus medios amos, no las admitieron, por no perder la ocasión tan buena del viaje de Sevilla, donde ellos tenían grande deseo de verse.
Al un lado estaba un banco de tres pies y al otro un cántaro desbocado con un jarrillo encima, no menos falto que el cántaro; a otra parte estaba una estera de enea, y en el medio un tiesto, que en Sevilla llaman maceta, de albahaca.
Por un sevillano, rufo a lo valón,
tengo socarrado todo el corazón.
Finalmente, exageraba cuán descuidada justicia había en aquella tan famosa ciudad de Sevilla, pues casi al descubierto vivía en ella gente tan perniciosa y tan contraria a la misma naturaleza …
BERGANZA.- «Paréceme que la primera vez que vi el sol fue en Sevilla y en su Matadero, que está fuera de la Puerta de la Carne; por donde imaginara (si no fuera por lo que después te diré) que mis padres debieron de ser alanos de aquellos que crían los ministros de aquella confusión, a quien llaman jiferos.
Y, como en Sevilla no hay obligado de la carne, cada uno puede traer la que quisiere; y la que primero se mata, o es la mejor, o la de más baja postura, y con este concierto hay siempre mucha abundancia.
Finalmente, oí decir a un hombre discreto que tres cosas tenía el Rey por ganar en Sevilla: la calle de la Caza, la Costanilla y el Matadero.
BERGANZA.- «Paso adelante, y digo que determiné dejar aquel oficio, aunque parecía tan bueno, y escoger otro donde por hacerle bien, ya que no fuese remunerado, no fuese castigado. Volvíme a Sevilla, y entré a servir a un mercader muy rico.»
«Volvíme a Sevilla, como dije, que es amparo de pobres y refugio de desechados, que en su grandeza no sólo caben los pequeños, pero no se echan de ver los grandes.
CIPIÓN.- Has de saber, Berganza, que es costumbre y condición de los mercaderes de Sevilla, y aun de las otras ciudades, mostrar su autoridad y riqueza, no en sus personas, sino en las de sus hijos; porque los mercaderes son mayores en su sombra que en sí mismos.
Era tiempo de invierno, cuando campean en Sevilla los molletes y mantequillas, de quien era tan bien servido, que más de dos Antonios se empeñaron o vendieron para que yo almorzase.
»Háseme olvidado decirte que las carlancas con puntas de acero que saqué cuando me desgarré y ausenté del ganado me las quitó un gitano en una venta, y ya en Sevilla andaba sin ellas; pero el alguacil me puso un collar tachonado todo de latón morisco.»
… andaban siempre a caza de estranjeros, y, cuando llegaba la vendeja a Cádiz y a Sevilla, llegaba la huella de su ganancia, no quedando bretón con quien no embisiesen …
Dos ladrones hurtaron en Antequera un caballo muy bueno; trujéronle a Sevilla, y para venderle sin peligro usaron de un ardid que, a mi parecer, tiene del agudo y del discreto.
»Entendióse la malicia, y yo, sin despedirme de nadie, por un agujero de la muralla salí al campo, y antes que amaneciese me puse en Mairena, que es un lugar que está cuatro leguas de Sevilla.
… y, cuando su padre los quisiese enviar a España a todos tres, no lo rehusasen, sino que se fuesen y le aguardasen en Cádiz o en Sevilla dos años, dentro de los cuales les daba su palabra de ser con ellos, si el cielo tanto tiempo le concedía de vida …
La reina llamó a un mercader rico, que habitaba en Londres y era francés, el cual tenía correspondencia en Francia, Italia y España, al cual entregó los diez mil escudos, y le pidió cédulas para que se los entregasen al padre de Isabela en Sevilla o en otra playa de España. El mercader, descontados sus intereses y ganancias, dijo a la reina que las daría ciertas y seguras para Sevilla, sobre otro mercader francés, su correspondiente, en esta forma: que él escribiría a París para que allí se hiciesen las cédulas por otro correspondiente suyo, a causa que rezasen las fechas de Francia y no de Inglaterra, por el contrabando de la comunicación de los dos reinos, y que bastaba llevar una letra de aviso suya sin fecha, con sus contraseñas, para que luego diese el dinero el mercader de Sevilla, que ya estaría avisado del de París.
El patrón, que deseaba contentar a la reina, dijo que sí haría, y que los pondría en Lisboa, Cádiz o Sevilla.
Poco más de un mes estuvieron en Cádiz, restaurando los trabajos de la navegación, y luego se fueron a Sevilla por ver si salía cierta la paga de los diez mil ducados que, librados sobre el mercader francés, traían. Dos días después de llegar a Sevilla le buscaron, y le hallaron y le dieron la carta del mercader francés de la ciudad de Londres.
Los padres de Isabela alquilaron una casa principal, frontero de Santa Paula, por ocasión que estaba monja en aquel santo monasterio una sobrina suya, única y estremada en la voz, y así por tenerla cerca como por haber dicho Isabela a Ricaredo que, si viniese a buscarla, la hallaría en Sevilla y le diría su casa su prima la monja de Santa Paula …
Por la orden del mercader francés de Sevilla, escribieron Isabela y sus padres a la reina de Inglaterra su llegada, con los agradecimientos y sumisiones que requerían las muchas mercedes della recebidas.
Luego imaginó Isabela que el haber dejado Ricaredo a Inglaterra sería para venirla a buscar a España; y, alentada con esta esperanza, vivía la más contenta del mundo, y procuraba vivir de manera que, cuando Ricaredo llegase a Sevilla, antes le diese en los oídos la fama de sus virtudes que el conocimiento de su casa.
Finalmente, no vio regocijo público ni otra fiesta en Sevilla: todo lo libraba en su recogimiento y en sus oraciones y buenos deseos esperando a Ricaredo.
Y, convidando su padre a sus amigos y aquéllos a otros, hicieron a Isabela uno de los más honrados acompañamientos que en semejantes actos se había visto en Sevilla.
LUGO – ¡Que sólo me respeten por mi amo
y no por mí, no sé esta maravilla!;
mas yo haré que salga de mí un bramo
que pase de los muros de Sevilla.
LAGARTIJA – […] «Año de mil y quinientos
y treinta y cuatro corría,
a veinte y cinco de mayo,
martes, acïago día,
sucedió un caso notable
en la ciudad de Sevilla,
digno que ciegos le canten
y que poetas le escriban.
ALGUACIL – Ya adivino su mejora
sacándole de Sevilla,
que es tierra do la semilla
holgazana se levanta
sobre cualquiera otra planta
que por virtud maravilla.
LUGO – Escucha, la que veniste
de la jerezana tierra
a hacer a Sevilla guerra
en cueros, como valiente …
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Conocer Sevilla
Itinerarios de la Sevilla de Cervantes
de Pedro M. Piñero y Rogelio Reyes Cano
Consejería De Educación, Cultura Y Deporte (Andalucía) 2006
364 pp.
ISBN 978-8482665559
Sevilla en tiempos de Cervantes
de J. M. Caballero Bonald
Fundación José Manuel Lara, 2003
224 pp.
ISBN 978-8496152199
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