Cuenca es una ciudad para volver. Una y más veces, con diferentes humores y sentimientos. Porque lo tiene para todos, y sin presumirlo.
A nosotros italianos puede parecer, en algunos rincones, una ciudad de Marche o Umbria, con sus edificios de ladrillo, su pequeñas calles y la naturaleza que la rodea exuberante. También las personas son un poco parecidas, pero llega el momento en el que esta ciudad deja de tener familia y parientes y empieza a ser solo Cuenca: la equilibrista, la de las casas colgadas, de los vértigos del desfiladero del Huécar, de su encantadora serranía.
Pero también hay una Cuenca que pertenece a la tierra más que al cielo: la que se queda un poco más abajo, menos vertiginosa pero igualmente encantadora.
Aquí las calles son vivas y la cultura sigue vivida, y lo impregna todo. Además de Museos importantes como la Fundación Antonio Perez, el Museo de Arte Abstracto, lo de la Semana Santa y lo de las Ciencias, además de las Iglesias y de los caminos a orilla del río, Cuenca es la ciudad de la Semana de Musica Religiosa, a la que me encantó asistir el año pasado, de unas intensas procesiones de Semana Santa, de la imaginería tan expresiva de Luis Marco Pérez (1896-1975), de unos talleres tradicionales como lo de Segundo Santo Ediciones con su papel hecho a mano y sus libros artesanos, de amigos cultos contadores de historias, como nuestros queridos Miguel Romero Saiz, cronista oficial de la ciudad, Amparo Ruiz Lujan, que todo transforma en poesía, Emilio Guadalajara Guadalajara, genial conocedor de la naturaleza y generoso narrador de la misma, Jesús Fuero Espejo, investigador de la locura quijotesca. En el Barrio de San Antón me encontré el año pasado con el taller (cerrado por el estado del edificio) del alfarero Pedro Mercedes (1921-2008), un lugar magico que espera una reforma para convertirse en Museo. Mientras tantos podemos disfrutar de los trabajos de Adrian y Ruben Navarro, visitando la tienda museo en la Plaza de la Catedral.
Cuenca es siempre una ocasión de encuentro. En la Posada de San José pesa y se encuentra la historia de cuatro siglos, de diferentes vidas y voluntades que dieron a este edificio muchas almas. En la hospedería está Jenny, la mujer que ha transformado este lugar en un lugar acogedor y imprescindible. Me encanta escucharla, observar el efecto que produce el equilibrio entre la valentía y la conciencia enseñado por las personas que han adquirido las dos virtudes.
En la Hospedería del Seminario esta Olga, un fuego encendido, un montón de buenas ideas realizadas con determinación.
Y en Cuenca vive Don Paco, el cura moteño que dijo su primera misa 65 años atrás en la Iglesia Santa Maria Maggiore en Roma y que todavía nos dedica algunas palabras en italiano, y que me encanta con su vision equilibrada de la vida. Y Amparo, y Emilio y Miguel.
Amigos con grandes almas y grandes corazones, que te hacen sentir comodo al escucharlos y luego no te das cuenta del tiempo que pasa cuando estas en su compañía.
Cuenca es como ellos, culta y sencilla, sin presumir. Una señora tan naturalmente noble y austera en su contexto paisajístico que no necesita traje para presentarse.
Vuelves a Cuenca por que siempre tiene historias para contar. Vuelves con la naturalidad con la que te vas a dar un paseo por el centro de tu pueblo o ciudad, aunque para llegar tienes que cambiar de provincia y acostumbrarte a un todo nuevo paisaje.
A veces te entra la gana de ponerte comodo y gozar de la belleza. Y entonces te vas a Cuenca, y lo consigues.