El 7 de octubre de 1571 Cervantes participó en la batalla de Lepanto, formando parte de la armada cristiana, dirigida por don Juan de Austria.

Visitó sus templos, adoró sus reliquias y admiró su grandezas; y así como por las uñas del león se viene en conocimiento de su grandeza y ferocidad, así él sacó la de Roma por sus despedazados mármoles, medias y enteras estatuas, por sus rotos arcos y derribadas termas, por sus magníficos pórticos y anfiteatros, por su famoso y santo río, que siempre llena sus márgenes de agua y las beatifica con las infinitas reliquias de cuerpos de mártires que en ellas tuvieron sepultura; por sus puentes, que parece que se están mirando unas a otras, y por sus calles, que con sólo el nombre cobran autoridad sobre todas las de las otras ciudades del mundo: la vía Apia, la Flaminia, la Julia, con otras de este jaez. Pues no le admiraba menos la división de sus montes dentro de sí misma: el Celio, el Quirinal y el Vaticano, con los otros cuatro, cuyos nombres manifiestan la grandeza y majestad romana.
(El licenciado Vidriera, Miguel de Cervantes Saavedra)
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en Desperta Ferro, revista de Historia Moderna (n. 6, octubre 2013)
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Lepanto, 1-8 de octubre de 2000